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No son ‘pandemials’ ni cuarentenials, son la generación flexible al cambio

Una generación de niños que han nacido durante la pandemia se ha convertido en la esperanza del cambio en el mundo, ahora que tuvieron que adaptarse a crecer en un mundo lleno de restricciones debido a las cuarentenas y los nuevos hábitos de vida en casa.

“El día que Maddie Rose conoció el pasto, perdió el miedo a tocarlo y se convirtió en un acontecimiento tan importante para la familia como cuando uno conoce el mar”, recuerda María Camila Perdomo del instante en que su hija, de año y medio, pudo salir del encierro con la flexibilización del aislamiento preventivo obligatorio y, por fin, disfrutar de unas horas al aire libre en Bogotá.

Tenía 10 meses y la alegría de sus papás no era para menos, porque su vida ha transcurrido entre el encierro estricto e intermitente por la pandemia y las esporádicas y cortas salidas para ver a sus tíos y abuelos. Ella nació tres meses antes de que se anunciara la presencia del coronavirus en China, y justo cuando podían sacarla a descubrir su entorno, se decretó la cuarentena obligatoria en Colombia.

Así viven millones de bebés entre 1 y 2 años, en el mundo entero, a los que se les denomina ‘pandemials’ o ‘cuarentenials’, nacidos a finales de 2019 y el 2020; ellos se están criando en las circunstancias especiales del aislamiento. Lo mismo sucede con niños de mayor edad y adolescentes que al menos ya conocieron el exterior y de lo que significa interactuar físicamente con sus pares y otras personas, diferentes a las de su núcleo familiar, lo cual es una ganancia en la superación de circunstancias adversas.

“En el confinamiento, los bebés dejan de conocer muchas cosas del mundo exterior y justo en el tiempo en que deberían estar explorándolo y descubriéndolo, precisa la psicóloga infantil María José Turbay. Sin embargo, no deja de ser útil lo que aprenden en casa y, más provechoso aún, que sus padres se hayan convertido en sus maestros, así no se sintieran preparados”.

La creatividad ha salido a flote, “lejos de volverse una situación estresante, aunque lo fue al comienzo, nos acercamos como familia; mi esposo ahora es un padre más presente y se ha dado cuenta del esfuerzo que la crianza conlleva. Y yo ya no procrastino, he aprendido a optimizar mi tiempo en el trabajo”, dice Ana María Puche, consultora de comunicaciones y madre de Emilia, de dos años.

Ellos aprovecharon este tiempo no solo para inventarle juegos y espacios lúdicos, como convertir el comedor en un castillo de hadas, o su cuarto, en una casa embrujada, sino también para darle hermanos. “¡Quién dijo miedo a los ‘cuarentenials’!”, remata con humor Ana María, por eso en los próximos días, a falta de uno, tendrán mellizos.

Aunque se carece de estudios que muestren lo que podría ser el futuro de los niños de la pandemia, para los expertos en salud mental y educación infantil es erróneo pensar que los más pequeños, al permanecer más tiempo en casa, serán retraídos o tendrán ciertos problemas en su desarrollo, apunta Turbay.

“Esto no es del todo cierto, su bienestar y progresos dependen mucho de la actitud y compromiso de los papás y de la familia con la que convivan”, explica esta educadora de disciplina positiva, con experiencia en actividades para un aprendizaje significativo en la primera infancia (de 0 a 5 años).

Eso lo confirman María Camila y Alexánder, su esposo: si bien reconocen que la bebé se torna irritable porque se aburre de estar encerrada y le es difícil conciliar el sueño en la noche, también ha podido disfrutar de una lactancia más tranquila y de logros importantes como dar sus primeros pasos sola, decir un buen número de palabras y usar su primer tapabocas, a los 12 meses.

El modelamiento que dan los padres es definitivo en esta edad, por eso que se considere negativo o nocivo que los niños no puedan asistir al jardín o al preescolar también es algo discutible para los expertos.

“Países como Finlandia tienen un modelo educativo en el que los infantes permanecen con su familia hasta los siete años y luego entran a cursar su primer año en la escuela –agrega Óscar Matías, licenciado en Ciencias Sociales y con maestría en Educación–. Es cierto, es un contexto socioeconómico diferente, sin las brechas que caracterizan a los países de Latinoamérica, pero esto implica reconocer que el ambiente y la atmósfera resiliente generados en cada hogar y las herramientas y recursos con que cuenten influyen mucho en el desarrollo cognitivo, físico y emocional de los menores de tres años”.

La socialización “fundamentalmente la hace la familia y el jardín infantil o el colegio actúan como amplificadores, son facilitadores en esta tarea, pero no sustituyen el papel de los padres”, sostiene el médico pediatra Rodrigo García Schlegel.

Y lo constata Dayana Ochoa, madre y trabajadora social, quien no quiere que su hijo, de 2 años, vaya al jardín: “Me parecen sitios inseguros, no hay nada que vigile o controle el cuidado de niños de 0 a 3 años, además la crianza es responsabilidad mía y de mi pareja”, recalca. Por fortuna su trabajo con comunidades indígenas de Tierradentro, Cauca, le permitió trasladarse hasta allí con su esposo, su bebé y su hija adolescente.

Expertos como García Schlegel insisten en que habrá un impacto real de la pandemia en los bebés, pero lo cierto es que “esta es la primera generación desde que ejerzo la pediatría, hace 30 años, en la que su gestación y formación durante el primer año se desarrolla con mamá y papá presentes”, dice.

Se está fortaleciendo el vínculo familiar que se había deteriorado porque los padres tenían que salir a trabajar y el niño se quedaba con la abuela o un cuidador.

Para la socióloga Tatiana Gómez, líder del Observatorio de Humanismo Digital de Areandina, “hay que esperar 10 años, mínimo, para ver las diferencias en procesos de socialización de esta generación y afirmar que tuvieron un cambio importante”.

Sin embargo, se pueden prever deficiencias por la falta de cercanía con sus pares y de socialización primaria como “aprender a compartir los espacios, los juguetes, la vida misma y también aprender a confrontar, hacer amigos, amar a otros, aparte de los padres, y saberse en comunidad”, que son de las enseñanzas más importantes en los humanos. De ahí la necesidad de proponer opciones para que se sientan en libertad a pesar del encierro. Y en eso, la tecnología es una gran aliada, sostiene.

Pueda que los más pequeños, hoy, no reconozcan el abrazo de los abuelos porque su contacto físico e interacción social se han visto interrumpidos por la cuarentena, “pero lo digital es el medio como se relacionan y a través de la imagen pueden aprender a identificar, con la guía de los papás, las emociones de otros”, explica.

A través de videollamadas, juegos, cuentos, trivias y otras actividades en línea que les están dando a estos bebés ese rasgo distintivo, comparados con los nacidos en otra época.

La española, coautora del libro Compartir la vida educa, insiste en que “la vida comporta conflictos y situaciones desagradables que tenemos que afrontar, y nuestra manera de hacerlo depende de qué mecanismos hayamos aprendido”. Y va más allá, asegura que los niños más pasivos han aprendido a reconocer sus límites, a expresarse y a hacerse oír, y lo han logrado de manera acelerada en casa, cuando era algo que hacían en los recreos de la jornada escolar.

Los niños son un gran ejemplo de resiliencia, “de entender que nos podemos levantar frente a las dificultades y también de saber esperar, porque han aprendido a tener paciencia para lograr la atención de los adultos, a adaptarse a los cambios, a ser más flexibles y creativos porque han visto cómo sus padres han convertido su hogar en una oficina y también en un centro de juegos”, explica Ana María Martínez, psicóloga de preescolar del Gimnasio Femenino.

Pero si hay algo que extrañen los papás de los menores de 2 años, es que no puedan compartir cara a cara con otros de su edad. “Algo que es necesario –dice Acero–. Por eso las organizaciones de salud promueven el retorno a clases presenciales también en los más grandes; está claro que nada reemplaza el contacto y la estimulación en sus movimientos, lenguaje, capacidad de relacionamiento, autonomía y esa sensación de seguridad que se fortalece cuando socializan con sus iguales”.

Una de las consecuencias de no hacerlo es que desarrollan menos motricidad fina. Así lo advierte ‘Salud mental infanto-juvenil y pandemia de covid-19 en España: cuestiones y retos’, una investigación realizada por pediatras españoles refiere Acero. Y en situaciones de confinamiento, sus hábitos son diferentes comparados a los que desarrollarían en entornos escolares.

En estos últimos establecen con más facilidad hábitos y rutinas. “Sucede porque están en una etapa en la que necesitan estructura para hacer actividades específicas en horas delimitadas y fortalecer su autonomía y autocontrol. Pero si en esta pandemia se nos perdió el horario a los adultos y se nos puso la vida de cabeza, ¿cómo será a los niños?”, concluye el psicólogo.

Fuente: El Tiempo

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