Empresa pequeña vs. Estado anti emprendedor
La columna de opinión de Erick Behar publicada en Semana, habla de todas las barreras que el Estado les impone a los empresarios para salir adelante. Estamos ante un problema gigante, tan grande que parece más atractivo hablar de sandeces como pactos que no tienen nada de histórico. Hablemos del Estado anti emprendedor que está consumiendo a Latinoamérica, pero más específicamente a Colombia.
Imaginen que ustedes tienen una pequeña empresa, generan unos pocos empleos, han resistido la crisis a pesar de perder el 50% de sus clientes, y “ahí van”, creando valor. Hace dos años, a un empleado le robaron la única moto de la empresa, que no se había alcanzado a asegurar “por ello del afán”. El hoy ex empleado les aseguró en la época del robo que todos los trámites quedaron al día, le da una copia del denuncio y un “todo está en orden”. Unos años después, la empresa está próxima a quedar embargada, porque faltó un trámite. Faltó un pago; faltó el inciso, y ustedes ven el monto de la sanción, cuatro veces el impuesto, otro valor por mora, otro valor por gastos administrativos y se empiezan a hacer preguntas. Objetan y les sacan una sentencia de una Honorable Corte. “Para evitar más problemas”, pagan y con ello los atracadores incógnitos pueden estar tranquilos de andar en una moto cuyos impuestos están al día.
Algunos han escuchado del Estado Emprendedor de Mazzucato, que opera de manera flexible, invirtiendo en proyectos de largo alcance, largo plazo, asumiendo riesgos en pro de la ciencia, todo lo contrario del legalismo que embriaga al grupo de fans del control. Al Estado emprendedor sumémosle ahora otro, que ve con amabilidad la creación de riqueza, con una redistribución adecuada, instituciones transparentes y poco legalistas, es decir, el Estado que apoya a los pequeños emprendedores también.
Behemot, en cambio, la bestia mencionada en el libro de Job, es el Estado anti emprendedor, o, en palabras de William Ospina, “el viejo Estado de tinterillos que nunca acaban de enumerar sus incisos y sus occisos”. No se ve a sí mismo como un creador de valor y tampoco ayuda a que los empresarios pequeños se hagan grandes. Pero Behemot sí cree en las fotos, y dice que apoya el emprendimiento, saca logos, saca decretos, y saca pecho.
En Latinoamérica, el cuento del emprendimiento es una paradoja. En Argentina, el camino es emprenderla contra las empresas, en Venezuela es expropiarlas y despellejarlas, y en países con más matices de optimismo, como Perú y Colombia, no se aplastan las empresas, pero sí se les da una buena dosis de estrés para ver cuál aguanta en medio del carnaval del legalismo.
Hernando de Soto nos pintó una fatídica imagen de Perú al escribir el Misterio del Capital hace dos décadas, realidad que mejoró bastante. En Colombia ha habido mejoras, y en la pandemia ha habido apoyos, no lo podemos negar, pero la mentalidad del Estado anti emprendedor sigue ahí. Se habla de progreso en Bogotá y luego se les prohíbe abusivamente a las empresas que contraten personas con antecedentes mientras se prohíben los parrilleros.
Al menos, de manera clara, muestran que la evidencia científica, al Estado anti emprendedor de los populistas, poco le preocupa; la xenofobia tampoco, al fin y al cabo, Colombia se erigió en la estigmatización. Ni hablar del mensaje que les envían a personas ahogadas en la injusticia del sistema: el populismo decreta que no los pueden volver a contratar para así solucionar la inseguridad.
Y Behemot sigue. Se pintan las cosas de nuevos colores, se decreta el apoyo a la pequeña empresa y en la práctica la ahorcan a puerta cerrada. Las preocupaciones de liquidez no ameritan fotos para las próximas elecciones.
A Behemot no le gusta la eficiencia estatal, que curiosamente sí se puede reconciliar con la creación de valor público. Mientras que en México el sector cultura perdió el 75 % del presupuesto y en España a un ministro le compraron una trotadora de más de 2000 euros para que no se estrese, en Colombia algunos parlamentarios están tristes porque aún no pueden estrenar una Toyota blindada que podría ser más pequeña y proporcional a la capacidad de pago de la economía colombiana.
El Estado anti emprendedor no solo ataca al productor, también se lleva por delante al consumidor, que al final viene de la misma familia. Soluciones absurdas como los aranceles, que minan el poder adquisitivo y la competitividad mientras alimentan la incertidumbre de las retaliaciones comerciales, apenas reflejan el cortoplacismo que fluye por las venas de una Colombia desconectada de su esencia.
Recordemos que, en 2018, cuando Perú se alborotó por el conflicto comercial del arroz, los candidatos a pagar los platos rotos fueron los fabricantes de chocolates, entre otros. Pero, como en la fábula del apicultor del gran Esopo, a veces pagan unos por otros, y el tema de la justicia queda relegado a una conversación nostálgica entre gente frustrada que saborea su café.
Tenemos que cultivar la curiosidad, hurgar para encontrar los detalles de lo absurdo, cerrarle al paso a los fraudes intelectuales que ondean sus barreduras discursivas, apoyar espacios independientes de reflexión, hablar de emprendimiento y las vicisitudes desde la experiencia, esa misma que nadie nos puede quitar, como escribió Viktor Frankl luego de sobrevivir al holocausto.
Fuente: Semana