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¿Por qué me tumban las estatuas?

¿Por qué me tumban las estatuas? Tumbar estatuas como la de Sebastián de Belalcázar en Cali, la de Misael Pastrana en Neiva o la de Gilberto Alzate Avendaño en Manizales va más allá de un acto vandálico.

Durante el Paro Nacional vimos como fueron dadas de baja y la sociedad hizo un llamado a repensar la historia y los relatos del pasado en nuestro país.

La estatua ecuestre de Simón Bolívar fue retirada del Monumento de Los Héroes por los daños que sufrió con las protestas. ¿Por qué me tumban las estatuas?

Según los manifestantes estos héroes en nada representan a los jóvenes, y más cuando algunos de estos también cometieron algunos actos criminales.

Las estatuas caídas, pero no en combate.

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Fabián Sanabria, antropólogo y doctor en Sociología indica que “es evidente que tanto los jóvenes como las comunidades indígenas quieren reescribir la historia y una reconfiguración de los lugares de la memoria en el mundo. En las grandes ciudades se yerguen monumentos a ciertos héroes, pero esos héroes no son eternos. Como dice el escritor Fernando Vallejo: ‘La gloria es una estatua cagada por las palomas’, ya que puede ser tumbada, modificada, bajada de su pedestal y recluida en un museo”. Las estatuas caídas, pero no en combate.

Entonces deberíamos preguntarnos ¿a quiénes rendimos memoria en Colombia? ¿Cómo se decide quién y por qué merece un monumento? ¿Cuál es la historia que se cuenta con las estatuas que están en el país?

Una estatua es una forma de rememorar lo que definió a una sociedad determinada y se construye para que las generaciones posteriores tengan un referente. ¿Por qué me tumban las estatuas?

Las estatuas caídas, pero no en combate.

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Al ser objetos históricos, tienen todo un símbolo de memoria y de discurso del poder.

Más que construir un estigma sobre los personajes conmemorados, es preguntarse el símbolo de su presencia y la ausencia de otros protagonistas de la historia.

Enrique Serrano, filósofo, profesor y autor de libros de historia indica que nada justifica ni la decapitación ni la humillación pública de una figura histórica, a la cual le es completamente indiferente lo que entendamos hoy de ella.

Sin embargo, Serrano considera que probablemente los patrones de identificación para los grupos indígenas no son exactamente iguales que los del resto. El problema es que la inmensa mayoría del país es criollo.

Somos más parecidos a los que vinieron, que a los que estaban aquí. Nos identificamos más con el caballo, con el penacho, la espada, que, con el traje del indígena, las plumas y el bastón.

Las estatuas caídas, pero no en combate. ¿Por qué me tumban las estatuas?

Los indígenas misak que han participado en estos actos manifiestan que todos estos conquistadores representan el horror, el genocidio y el exterminio que se siguen viviendo en la actualidad.

Es el caso de Sebastián de Belalcázar en Cali, cuyos relatos lo acusan del genocidio en La Conquista.

Días después de este desplome, en Pasto, el monumento al traductor de los Derechos del hombre, el padre de la patria Antonio Nariño también se vino abajo. Otro grupo de indígenas tumbó el monumento de la Piedra de Bolívar en el municipio Cumbal, también en Nariño.

El hecho generó igual conmoción como la caída de Belalcázar, pues hay quienes consideran que conocen la historia y reconocen a los próceres y hay quienes piensan que hubo atropellos y genocidios después del Descubrimiento del continente.

Las estatuas caídas, pero no en combate.

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Luego le llegó el turno a Gonzalo Jiménez de Quesada. La estatua del fundador de Bogotá cayó en medio de arengas y reivindicaciones por un grupo de indígenas misak.

La líder indígena Martha Peralta Epieyú, calificó como genocida a Jiménez de Quesada y, además, “hoy el genocidio continúa, durante el Gobierno Duque han asesinado más de 190 líderes indígenas”.

Vandalismo o dignidad histórica

En Colombia, desde que los misak derribaron la estatua de Belalcázar en Popayán, en septiembre del año pasado, han aparecido voces que lo celebran como un acto de dignidad histórica y cultural, mientras otros lo censuran como una expresión de violencia que ayuda a caldear los ánimos en un momento difícil.

La destrucción de monumentos ha estado presente a lo largo de la historia de la civilización.

Ha sido una forma de borrar de la memoria un personaje o hecho histórico en muchos casos, imponer un nuevo símbolo que represente una nueva era.

Lo ocurrido recientemente se ha considerado una forma de expresión ante el descontento social que demanda la ciudadanía, nuevas creencias y principios que chocan con las representaciones de discriminación y estigmatización.

En el caso de Belalcázar, podría decirse que su comportamiento es reprochable, sin embargo, juega un papel fundamental en la historia: fue el fundador de ciudades y estableció los cabildos que hasta hoy siguen funcionando.

No podemos borrar de la historia a Belalcázar porque fue quien trazó Santafé de Bogotá. Sin embargo, puede ser un instrumento pedagógico para ampliar la memoria del conquistador con los argumentos que tienen los indígenas sobre él y ampliar el conocimiento histórico.

Las estatuas y la ciudadanía

Si bien los monumentos corresponden a la sociedad y a la ciudad en la que fueron erigidos, en contextos políticos, económicos y sociales distintos a los actuales, esas estructuras han dejado de ofrecer un significado.

A veces se convierten en un referente para ubicarse, una marca en la ciudad, pero no enseñan, ni comunican, ni generan recordación histórica.

Quizá fueron útiles en su tiempo, pero han dejado de hablarle a la sociedad actual.

La disrupción radica cuando en la construcción de patrimonio cultural actual no hay un componente de participación por parte de la ciudadanía.

Es necesaria la inclusión de la sociedad a estos procesos, las formas en que se quieren relatar los acontecimientos y los espacios dispuestos para ello son fundamentales para la apropiación y preservación de los monumentos.

Las estatuas caídas, pero no en combate.

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De acuerdo con el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, en Bogotá hay 350 monumentos conmemorativos y obras de arte en el espacio público, sin embargo, muchos están ubicados en sitios de la ciudad que no son de fácil acceso para los ciudadanos, no son caminables e imposibilitan un diálogo con ellos.

Acercar los monumentos a la ciudadanía con estrategias tecnológicas o comunicativas, agregarlos en la oferta turística y convertirlos en instrumentos pedagógicos son retos que deben generarse para la recuperación de nuestra historia.

Son propuestas que, con ellas, se espera que eviten el derribo, el vandalismo o la intervención de los monumentos, contribuya a su resignificación y a la construcción de nuevos y más amplios relatos.

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